El viejo despertó luchando por respirar. Agua salada goteando de su frente, estaba desorientado y su boca seca ansiaba líquido. Después de varios minutos, con un ritmo delicado, se sentó en su cama para buscar sus pantuflas para ir al baño. A la edad de noventa su cuerpo había marchitado – de hecho estaba rancio – pero si uno observaba su cara, él todavía lucía como un hombre agradable el cual podría llenar las vidas de mucha gente como un cuidadoso abuelo.
“¿Y, te vas a preparar para desayunar conmigo o te vas a quedar ahí sentado como un viejo tonto?, dijo Lucía varios cuartos más allá.